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Por Stephen Grey, Andrew MacAskill, Ryan McNeill, Steve Stecklow y Tommy Wilkes
LONDRES, 3 jul (Reuters) – El viernes 21 de febrero, Duncan Selbie, director ejecutivo de Salud Pública de Inglaterra (PHE), estaba de buen humor. Se acercaba el final de las vacaciones de mitad de trimestre de la escuela.
Escribió en un blog oficial que no había habido nuevos casos positivos de coronavirus esa semana en Reino Unido. Era una “prueba”, dijo entonces, “de las robustas medidas de control de la infección” y del “trabajo de diagnósticos y test” en los laboratorios de todo el país.
Selbie, que bromeó cuando aceptó su trabajo de 185.000 libras al año en 2013 con que sus credenciales en materia de salud pública cabrían “en un sello postal”, dirigía una agencia estatal que tiene la misión de prepararse y responder a las emergencias de salud pública. Ahora se enfrentaba a una emergencia histórica.
PHE es una piedra angular del sistema de salud estatal del Reino Unido; Selbie depende directamente del ministro de Salud del Gobierno, Matt Hancock.
La agencia es mucho más pequeña y tiene un perfil más bajo que el gigantesco Servicio Nacional de Salud (NHS), que supervisa los hospitales, las clínicas y los médicos de cabecera de Reino Unido, proporcionando asistencia sanitaria a todos. Los 5.500 empleados de PHE tienen un importante papel de apoyo en el funcionamiento de los laboratorios, el despliegue de pruebas diagnósticas para nuevas infecciones y la gestión de los brotes en Inglaterra, donde viven 56 millones de los 67 millones de habitantes de Reino Unido.
Pero las cosas no iban tan bien cuando Selbie publicó el mensaje en el blog. Reuters estima que es posible que en todo el Reino Unido se hubieran infectado ya entre 1.500 y 5.000 personas. La estimación se basa en las evaluaciones científicas actuales de la tasa de mortalidad de COVID-19, la enfermedad causada por el virus, y un intervalo medio entre la infección y la muerte de entre 18 y 23 días.
A las cinco semanas del mensaje de Selbie, Reino Unido había alcanzado el punto álgido de un brote que ha causado al menos 43.000 muertes hasta el momento, según las cifras oficiales.
En comparación, Italia, uno de los primeros países gravemente afectados en Europa, ha tenido 35.000, mientras que en Alemania, donde la propagación de la infección parecía similar a la de Reino Unido, se han registrado cerca de 9.000 muertes. Con la única excepción de Bélgica, Reino Unido tiene la mayor tasa de mortalidad per cápita por COVID-19 entre las grandes economías, según cálculos de Reuters.
Como ha informado Reuters anteriormente, Reino Unido tardó en imponer medidas de confinamiento. Esa demora está teniendo un precio elevado. El profesor Neil Ferguson, experto en modelización de enfermedades del Imperial College de Londres, ha dicho que la introducción de medidas de confinamiento una semana antes “habría reducido el número final de muertes por lo menos a la mitad”.
La investigación de Reuters que presentamos a continuación revela más pasos en falso y deficiencias en la realización de tests y el rastreo de casos por parte de las autoridades y las agencias estatales, incluyendo PHE, donde trabajaba Selbie. Entre las decisiones que más vidas han costado, según médicos y epidemiólogos, están:
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– No aumentar la capacidad para realizar pruebas masivas de COVID-19.
– Aplicar una definición más reducida de la enfermedad COVID-19 que la utilizada por la Organización Mundial de la Salud y otros países.
– La decisión de renunciar a hacer pruebas a la mayoría de las personas que no requerían hospitalización, y la ausencia, en la primera fase, de un procedimiento para vigilar la infección.
– La decisión de abandonar un programa de “rastreo de contactos” generalizado, en el que se rastreaba a las personas que estaban en contacto con una persona infectada y se les decía que se aislaran para detener la propagación del brote.
– La decisión de no compartir casi ningún detalle sobre la ubicación de los contagios con las autoridades locales de salud pública o con la población.
– Fragmentar la responsabilidad local en materia de salud pública.
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“Cada error que se cometió, lamentablemente, ha costado vidas”, dijo el profesor Tim Spector, epidemiólogo del King’s College de Londres.
El primer ministro Boris Johnson ha dicho que su Gobierno siguió las recomendaciones científicas en todo momento. Según los ministros, a partir de mediados de abril el Reino Unido incrementó drásticamente el número de pruebas realizadas y reclutó miles de rastreadores de contactos para controlar los brotes.
En un comunicado, Selbie, director ejecutivo de PHE, dijo a Reuters que el trabajo de su agencia había ayudado a salvar vidas. “Vencer a este virus siempre iba a ser un maratón, no un esprint”, dijo Selbie. “Sigue siendo nuestro único objetivo y hemos hecho todo lo posible con todos nuestros recursos disponibles”.
Aun así, cuando el país empezó a salir del confinamiento en junio, el Gobierno sufrió un nuevo revés. Se vio obligado a retrasar al menos hasta el otoño boreal una aplicación de rastreo de contactos con la que pretendía mejorar de manera significativa el seguimiento del virus y evitar una segunda ola de infección. Resultó que la aplicación no funcionaba correctamente con los iPhones.
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A TRAVÉS DE LA NIEBLA
Una vez que el virus afloró en Reino Unido, se propagó rápidamente por todo el país. Las infecciones llegaron a su punto máximo semanas antes de lo que las autoridades esperaban, no solo en Inglaterra, sino en todas las partes del Reino Unido.
El director médico de Inglaterra, Chris Whitty, principal asesor de salud del Gobierno, admitió recientemente: “Muchos de los problemas que tuvimos se debieron a que no pudimos averiguar exactamente dónde estábamos, y estábamos tratando de ver el camino a través de la niebla”.
Varios médicos destacados, que dirigieron la respuesta a la epidemia en los principales hospitales, dijeron a Reuters que esta “niebla” se debe en parte a las decisiones iniciales de Whitty y otros asesores que restringieron la realización de test del virus. Estos médicos pidieron no ser nombrados porque no estaban autorizados por el NHS para hablar en público.
Salud Pública de Inglaterra (PHE) tenía dos formas principales de supervisar y controlar el virus: un programa de test y otro de rastreo de contactos para localizar los contactos de cualquier persona con la infección. Estos métodos dependían de lo que los médicos llaman la “definición de caso”, es decir, la descripción de cómo es un caso de COVID-19, para determinar a quién hacerle la prueba.
A principios de febrero, la Organización Mundial de la Salud enumeró ocho síntomas para COVID-19, incluyendo náuseas y vómitos. En Alemania, la agencia gubernamental de control de enfermedades, el Instituto Robert Koch, dijo que los médicos deberían usar su criterio a la hora de ordenar pruebas y alentó a que se hicieran pruebas incluso para aquellos con “síntomas generales no específicos”, es decir, síntomas leves.
Reino Unido tomó un rumbo diferente. Whitty y sus colegas adoptaron un punto de vista más restringido, definiendo los síntomas de COVID-19 como solo una tos aguda, fiebre o dificultad para respirar. El país se aferró a esta definición durante el pico del brote. No se actualizó hasta el 18 de mayo, después de 34.796 muertes, cuando se añadió a la lista de síntomas la pérdida del gusto y del olfato.
Spector, profesor del King’s College, dice que la negativa de Reino Unido a reconocer más síntomas abrió el camino para que el virus se extendiera. Debido a que las pruebas se limitaron a las personas que presentaban el reducido abanico de síntomas de Reino Unido, es probable que muchos casos pasaran desapercibidos y que el virus se propagase sin control.
“El país que inventó la epidemiología fue el único que no tenía un programa de vigilancia y no tenía ni idea de lo que estaba pasando en su propio país”, dijo a Reuters.
Varios médicos de alto nivel dijeron que habían suplicado a las autoridades que ampliaran la definición de caso. Pero fue en vano.
Un consultor de Londres dice que un laboratorio de PHE se negó a aceptar muestras de pacientes que no cumplían con la definición del Reino Unido. Cuando se le preguntó si esto era cierto, un portavoz de PHE dijo: “Es cierto, pero no hay nada de extraño en esto. La capacidad de pruebas de laboratorio se utilizó para establecer si las personas que cumplían con la definición del caso tenían el virus”.
Reino Unido también restringió las pruebas de otras maneras. En un principio, solo se realizaban pruebas a quienes habían estado en contacto con casos confirmados y a quienes presentaban síntomas tras haber viajado desde Wuhan, China, el origen del brote, y después, a partir del 1 de febrero, desde el resto de China, y seis días más tarde desde otras partes de Asia. El 25 de febrero se añadieron zonas de Italia, el primer país europeo gravemente afectado por el virus, e Irán. Otras fueron excluidas.
“Estábamos haciendo pruebas a todas estas personas con tos de China y partes de Asia”, dijo un médico superior de un hospital universitario de Londres. Mientras tanto, los casos de otros países pasaban desapercibidos.
Las pruebas para detectar contagios en la comunidad realizadas en Londres, utilizando estas estrechas directrices, detectaron solo unos 50 casos positivos entre unos 5.000 examinados a mediados de marzo, según dijo otro médico especialista en enfermedades infecciosas en la capital. Reuters ha estimado que más de 18.000 londinenses estaban infectados con el virus o lo habían estado para finales de febrero.
“Muchos sentimos que se estaba buscando una aguja en un pajar”, dijo este médico.
Un gran estudio genético mostraría más tarde que la mayoría de las infecciones del Reino Unido habían venido de Europa, no de Asia. El rastreo de la cepa del virus ha determinado que desde principios de febrero se encontraba en Italia, luego España y Francia, según determinó un equipo de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Edimburgo.
Muchos médicos de primera línea creen que la enfermedad fue transmitida a Reino Unido desde las estaciones de esquí de Europa. La mayor afluencia fue cuando las familias regresaron de las vacaciones escolares de mitad de trimestre, poco después de la publicación del blog de Selbie el 21 de febrero que celebraba que no se registraran más casos.
PHE dijo a Reuters que ellos no establecieron ninguna directriz. El Departamento de Salud y Asistencia Social, el ministerio de salud británico, dice que la definición de los casos la decidieron los principales asesores médicos del gobierno, basándose en consejos científicos.
La definición fue revisada constantemente, dijo el ministerio. “Los síntomas seleccionados eran los que identificaban a los que tenían más probabilidades de tener COVID-19, excluyendo al mismo tiempo a un gran número de personas que no lo tenían”, dijo el departamento en una respuesta a Reuters.
En Escocia, que siguió la misma definición de casos en todo el Reino Unido, también hubo muchos más casos tempranos de los que se dieron cuenta. En la región de Glasgow, por ejemplo, Reuters calculó que había al menos 200 casos para finales de febrero. Sin embargo, según los datos oficiales, no hubo casos.
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QUIÉN ESTÁ AL MANDO
El Gobierno reconocería más tarde que Reino Unido no había hecho suficientes pruebas. Matt Hancock, el ministro de salud, culpó a la escasez de capacidad de los laboratorios. “Tenemos los mejores laboratorios científicos del mundo, pero no teníamos la escala”, dijo en abril. Alemania, por el contrario, “podía llamar a un centenar de laboratorios de pruebas, que estaban listos cuando la crisis golpeó”. No especificó cuántos laboratorios tenía el Reino Unido.
Sin embargo, según Mark Reed, director general de Pro-Lab Diagnostics, una empresa de propiedad canadiense, no fue exactamente así. “Todos los fabricantes de test diagnósticos dijeron: ‘Estamos aquí’. Creo que el Gobierno no se implicó lo suficiente; subestimaron las necesidades”.
Reed y representantes de otras dos empresas de diagnóstico —Novacyt y GeneFirst Ltd— dijeron a Reuters que las evaluaciones de Salud Pública de Inglaterra de sus kits de test no se completaron hasta mediados o finales de marzo. Como resultado, los laboratorios del NHS se mostraron reacios a usar las pruebas hechas por las tres compañías, según explicaron. PHE le dijo a Reuters que aunque realizó las evaluaciones, no era su trabajo aprobar o recomendar test, y no quiso hacer comentarios sobre estos casos específicos.
Por el contrario, los laboratorios en Alemania comenzaron a utilizar pruebas hechas comercialmente a partir del 27 de enero y luego validaron nuevas a medida que estaban disponibles, dijo Evangelos Kotsopoulos, director ejecutivo de la firma de laboratorios Sonic Healthcare Alemania.
En febrero, “sencillamente aprovechamos cada uno de los instrumentos que pudimos encontrar” mientras contratábamos nuevo personal de laboratorio y almacenábamos los productos químicos esenciales que se necesitan para las pruebas.
De todos los países, Corea del Sur fue el que mejor demostró el valor de las pruebas masivas en los primeros momentos de la pandemia, haciendo uso de los kits suministrados comercialmente. Uno de ellos, de la empresa surcoreana Seegene Inc, no fue evaluado hasta mediados de marzo por el departamento de Salud Pública de Inglaterra. Basándose en dicha evaluación, los laboratorios del NHS comenzaron a comprar y a utilizarlo a principios de abril. Los laboratorios alemanes habían estado usando esos test desde mediados de febrero.
Un portavoz de Salud Pública de Inglaterra dijo que, en el marco de la estrategia general del Reino Unido, el papel de la agencia “era proporcionar una capacidad comprobada de test” para el virus “mientras que los socios comerciales trabajaban para desarrollar su propia capacidad”. Los laboratorios del NHS eran libres de pedir y validar sus propios kits de prueba privados o desarrollar los suyos propios, según la agencia.
Los jefes de tres laboratorios del NHS dijeron a Reuters lo contrario, señalando que habían esperado a la evaluación de Salud Pública de Inglaterra antes de hacer tales pedidos.
El NHS no respondió directamente a una pregunta de Reuters sobre la evaluación de las pruebas por parte de Salud Pública de Inglaterra. Dijo en una declaración que la política general sobre las pruebas la determina el Gobierno, informado por el consejo de Salud Pública de Inglaterra. En un comunicado, el NHS añade que “a medida que se disponía de más suministros de reactivos, los laboratorios dirigidos por el NHS pudieron aumentar su capacidad para realizar pruebas de COVID-19”.
El grueso de las pruebas para el coronavirus en la etapa inicial del brote se hizo dentro de los propios laboratorios de Salud Pública de Inglaterra. Un asesor clínico del Gobierno dijo que la agencia había sido “muy centralizadora” y “dejó bastante claro que estaban controlando todas las pruebas”.
Al principio, “lo único que había eran los test de PHE”, según Allan Wilson, presidente del Instituto de Ciencias Biomédicas, que representa al personal de laboratorio del NHS.
El sistema no fue diseñado para obtener resultados rápidos.
Ravi Gupta, profesor de microbiología clínica de la Universidad de Cambridge, dice que es probable que los pacientes del Hospital de Addenbrooke de Cambridge infectaran a otros con el coronavirus mientras esperaban los resultados de la prueba en el hospital. En las primeras semanas, según Gupta, tuvieron que esperar de dos a cuatro días. Gupta contribuyó a desarrollar una prueba de 90 minutos.
Miembros del comité científico del parlamento criticaron a Salud Pública de Inglaterra en mayo por restringir inicialmente las pruebas a un pequeño número de laboratorios, calificándolo como “una de las decisiones más importantes” de la crisis.
Selbie respondió diciendo que la responsabilidad de la política de pruebas recaía en el ministerio, es decir, el Departamento de Salud. “PHE opera laboratorios de referencia para patógenos nuevos y peligrosos y no cabía suponer que tuviera que llevar a cabo programas de pruebas masivas”, dijo.
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BROTE SILENCIOSO
En Birmingham, el virus llegó sin ser detectado.
Zia Choudhry recuerda a su padre, Mohamed Aslam Wassan, un empresario jubilado de 67 años “lleno de amor y de energía” que llegó a casa con tos el 15 de marzo. Choudhry vivía con su padre y su madre, junto con su esposa e hijos, en una casa en Lozells, un distrito de Birmingham.
En las siguientes semanas, Wassan, recordado por algunos por traer a la ciudad un famoso aperitivo, el Bombay Mix, moriría de COVID-19. También lo harían cuatro de sus amigos cercanos, todos conocidos en la comunidad local pakistaní. Estaban entre las 1.000 personas que morirían en toda la ciudad.
Hasta que su padre se enfermó, Choudhry recordó que había habido pocos indicios de que la epidemia había llegado. Hasta ese momento, no se había registrado ninguna muerte por COVID-19 en esta ciudad de poco más de un millón de habitantes. El ayuntamiento acababa de emitir un comunicado de prensa en el que confirmaba un total de cinco casos en la ciudad y recordaba a los ciudadanos que “el riesgo para el público en general sigue siendo bajo”.
Sin embargo, la infección ya había sembrado su semilla. Según cálculos de Reuters, basados en muertes posteriores, alrededor de 29.000 personas se habían infectado en Birmingham en aquel momento.
Después llegaron días duros. Ocho días después de infectarse, Wassan fue hospitalizado. Al día siguiente le pusieron un respirador, que se apagó después de cinco días. Choudhry no pudo asistir al funeral de su padre.
Choudhry cree que la orden de confinamiento de la población, que no llegó hasta el 23 de marzo, debería haber llegado antes. Su padre estaba lo suficientemente sano como para vivir mucho más tiempo, según Choudhry. “No era su hora”, dice.
En una conferencia de prensa a principios de junio, el primer ministro Boris Johnson dijo que todavía era demasiado pronto para sacar conclusiones sobre las decisiones iniciales. “Todos esos juicios deberán ser examinados para abarcar toda la crisis”, dijo.
Siete directores de salud pública de grandes autoridades locales dijeron en entrevistas con Reuters que habían recibido poca más información que la que el Gobierno divulgó a la población en su página web. Los directores, que son empleados municipales, no de Salud Pública de Inglaterra, dijeron que esta falta de comunicación fue un obstáculo para sus esfuerzos por prevenir la propagación del virus.
“Estábamos trabajando a ciegas”, dice Lisa McNally, directora de salud pública en Sandwell, un distrito vecino a Birmingham.
McNally dice que el Gobierno se negó a compartir los modelos utilizados por sus asesores científicos y los datos que los alimentaban. No revelaron, por ejemplo, cuánta gente de su zona llamaba a la línea telefónica de ayuda del NHS con síntomas de COVID-19. La información a las autoridades locales habría permitido esfuerzos especiales para averiguar el foco de la infección, o una campaña de información dirigida a una zona concreta para reforzar el confinamiento.
“Básicamente habríamos hecho un seguimiento de los contactos”, dice McNally.
A Louise Smith, directora de salud del condado rural de Norfolk, en el este de Inglaterra, le enfadó que los datos de mortalidad y de casos no fueran compartidos por los hospitales locales. Entre marzo y mediados de abril, según dice, “me enteraba de las muertes leyendo el periódico local”.
En Birmingham, el director de salud de la ciudad, Justin Varney, dice que cuando se produjeron las primeras muertes a principios de marzo, el protocolo nacional era recibir una llamada personal de Chris Whitty o de su adjunto. La primera llamada para Varney vino de otro alto cargo. No se le dio ni el nombre ni el código postal de la víctima. Les proporcionaron solo un “mínimo de detalles” y les pidieron “no hacer nada con eso hasta que el NHS lo anuncie”.
Whitty no respondió a una solicitud de comentarios enviada por Reuters.
Y el apagón informativo continuó. Durante la mayor parte del brote, Varney, en Birmingham, como otros directores de salud pública, no recibió más detalles sobre muertes e infecciones que los publicados en los sitios web nacionales, con la excepción de la información sobre brotes en residencias u otras instituciones. El desglose de las muertes por barrio, que habría identificado focos como el de Lozells, no se publicó hasta el 1 de mayo.
El secretismo era generalizado. La doctora Helen Carter, subdirectora de Salud Pública de Inglaterra en la región de Midlands, reveló en una nota interna del 15 de mayo a los concejales de Birmingham que el Gobierno había ordenado inicialmente a la agencia que no compartiera con los concejales locales sus informes de control que contenían datos sobre los casos notificados de las salas de emergencia de los hospitales locales y de los médicos de cabecera.
“Hasta abril de 2020, PHE no podía compartir los informes de seguimiento con los socios locales”, escribió en la nota, que no ha sido difundida en otro medio de comunicación antes. Después de abril, la información se compartió con los directores de salud pública, pero los informes siguieron siendo secretos oficiales y recibieron tratamiento de “información sensible y no de dominio público”, según dicha nota, a la que tuvo acceso Reuters.
Salud Pública de Inglaterra rechazó las solicitudes de Reuters de entrevistar a Carter o a cualquier miembro de su personal involucrado en la localización de contactos.
Según un portavoz, algunos de sus informes de seguimiento se clasificaron como “oficialmente sensibles”, lo que, según el portavoz, es una práctica habitual para la información no pública. La agencia mantuvo un “diálogo constante” con los directores locales de salud, con “intercambios rutinarios de información y datos”, añadió el portavoz.
El Gobierno también restringió la facultad de las autoridades locales de informar a sus comunidades sobre la propagación del virus. El director de salud Varney, que trabaja para la ciudad de Birmingham, dijo que en un principio había habido “un embargo completo que impedía que los gobiernos locales hicieran (comunicaciones) proactivas sobre el coronavirus. En esta etapa, todo estaba siendo controlado centralmente”.
Un portavoz del ministerio de sanidad no quiso responder a preguntas sobre su relación con los directores locales de salud o su estrategia informativa.
En opinión de Varney, la comunicación rápida era de una importancia vital para evitar malentendidos sobre la propagación del virus y para dirigirse a las comunidades en las que muchos ancianos tienen un inglés deficiente. Varney recurrió a una laguna normativa para hacer llegar el mensaje: descubrió que se le permitía hablar de temas que afectaban a la “cohesión comunitaria”.
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EL RASTREO SE CONGELA
Sophie Grenville y su marido, Mark, que dirigen una finca en el condado de Hampshire, tomaron el asunto en sus propias manos.
Fue a principios de marzo cuando la pareja dio positivo por coronavirus. Sophie describió sus experiencias más tarde en un diario que compartió con Reuters llamado “Diario de un supercontagio”. Su caso ilustra la complejidad y la lentitud de la primera versión británica del rastreo de contactos.
La pareja se sometió a pruebas de detección del virus después de regresar de un viaje a Indonesia el 23 de febrero. Desarrollaron una tos seca muy característica, como de un zorro o un ciervo ladrando, e informaron de ello a la línea de ayuda del NHS. Esperaron tres días para hacerse la prueba. Mientras tanto, según cuenta en el diario, ella y su marido pensaron en los cientos de personas con las que habían tenido contacto recientemente en eventos sociales y de negocios, desde “jueces del Tribunal Supremo a directivos del fútbol”.
Enfermeras con ropa de protección visitaron su casa el 6 de marzo y tomaron muestras. Al día siguiente, recibieron la llamada con el resultado positivo de la prueba, y más tarde otra llamada de un epidemiólogo de Salud Pública de Inglaterra. Según cuenta Grenville, le dijeron que la agencia solo se interesaba por las personas con las que la pareja había estado en contacto cuando Grenville o su marido tenían síntomas reconocibles.
En ese momento, PHE llevaba varias semanas operando un servicio de rastreo de contactos. Cuando alguien daba positivo, se ponían en contacto y buscaban posibles conexiones.
En respuesta a las preguntas de Reuters, Salud Pública de Inglaterra dijo que no podía comentar casos individuales, pero señaló que siguieron “las recomendaciones de rastreo de contactos que estaban en vigor en aquel momento. Estas recomendaciones establecían que los contactos debían ser rastreados desde el momento de la notificación de los síntomas.
Esto ha cambiado a medida que ha crecido el conocimiento del virus”. Salud Pública de Inglaterra y la Organización Mundial de la Salud recomiendan ahora rastrear los contactos desde dos días antes de la aparición de los síntomas.
Incluso en marzo, Salud Pública de Inglaterra contaba con recursos insuficientes. Habían incorporado a los equipos que normalmente se ocupan de intoxicaciones alimentarias, sarampión o brotes de tuberculosis.
Según dos médicos superiores que participaron directamente, se pidió a los equipos de Salud Pública de Inglaterra que cubrieran regiones enormes. No tenían los recursos humanos ni siquiera para llevar a cabo un seguimiento serio de los contactos para el sarampión, por no hablar de COVID-19.
Las actas de una reunión del 18 de febrero del comité asesor científico del Gobierno, el Grupo Asesor Científico para Emergencias (SAGE), revelan que a nivel nacional Salud Pública de Inglaterra solo podía manejar cinco nuevos casos por semana. Un portavoz de Salud Pública de Inglaterra dijo a Reuters que eso se debe a la compleja naturaleza internacional de los primeros casos.
Sophie Grenville dice que en su caso los rastreadores de contacto llegaron a solo dos personas: dos hijos que la pareja había llevado a cenar la noche en que desarrollaron una ligera tos. Ella y su marido decidieron hacer su propio rastreo de contactos, alertando a muchas otras personas que habían encontrado recientemente.
“Fuimos más francos de lo que nos aconsejaron”, dijo Grenville.
Ella relata el caótico escenario en su diario: “Todo el domingo estamos haciendo llamadas y descubriendo que todo tipo de personas que hemos visto tienen síntomas, algunos peores que otros, y muchos de los que hemos visto también están completamente bien. Todos en nuestro círculo están teniendo que alertar a sus lugares de trabajo sobre su exposición y todos están cerrando”.
Unas 15 personas que los Grenville conocían lograron que les hiciera la prueba, después de comunicar que habían estado en contacto cercano con la pareja o estaban presentando síntomas. El encargado de su finca dio positivo, así como una señora a la que habían ido a ver durante el fin de semana, y dos hijos que no mostraron síntomas. Por suerte, explica Sophie, ninguno necesitó ser hospitalizado.
Mientras tanto, la fuente real del brote seguía siendo un misterio, incluso para Salud Pública de Inglaterra, según recuerda Sophie Grenville. Ella y su marido habían podido hacerse la prueba originalmente porque a su regreso de Indonesia habían cambiado de avión en Malasia, que se consideró un punto de contagios en la primera época.
Pero tardaron en desarrollar síntomas más de una semana. Eso plantea la posibilidad de que no se hubieran contagiado del coronavirus en el Sudeste Asiático, sino en Reino Unido. Los científicos creen que, aunque los síntomas pueden tardar hasta 14 días en desarrollarse, la media es de cuatro a cinco días.
De hecho, el 5 de marzo, el SAGE le dijo al Gobierno que ya había transmisión intracomunitaria. Cinco días después, el comité recibió la información de que Reino Unido “probablemente tiene miles de casos —hasta una cifra de entre 5.000 a 10.000— que están dispersos geográficamente a nivel nacional”. Esto confirmaba lo que muchos expertos habían sospechado. Jason Strelitz, director de salud pública del distrito londinense de Newham, dice que desde finales de febrero empezó a decir a sus colegas “una y otra vez” que no se hicieran ilusiones: las cifras oficiales de COVID-19 eran “una subestimación brutal”.
Basándose en el análisis de la oleada de muertes en las semanas siguientes, y aplicando la metodología estándar desarrollada por los epidemiólogos investigadores, Reuters calcula que Reino Unido solo había detectado alrededor del 3% de todas las infecciones de COVID-19 hasta entonces, incluyendo las que no presentaban síntomas.
Sin embargo, este método puede subestimar la tasa de detección cuando la epidemia se propagó a los asilos de ancianos y las tasas de mortalidad fueron probablemente más altas que la media. Una investigación de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres calcula que Reino Unido detectó el 18% de los casos de COVID-19 con síntomas clínicos, comparado con el 43% en Alemania.
Pero en lugar de aumentar las pruebas y el rastreo de contactos en todo el país, el gobierno detuvo el programa. El 12 de marzo, el asesor médico jefe Whitty anunció que de ahora en adelante, “toda la capacidad de pruebas” se destinaría a examinar a las personas hospitalizadas con síntomas.
Cualquier otra persona que enfermara con sospecha de COVID-19 tendría que arreglárselas como pudiera, y se aconsejó que la gente ni siquiera se pusiera en contacto con los servicios de salud a menos que su condición fuera grave. Y el rastreo de contactos terminó en todos los casos menos en los especiales, como los brotes en prisiones o centros de inmigración.
Para algunas personas que han dedicado la vida a luchar contra las enfermedades, la decisión de reducir la localización de contactos en la comunidad es inconcebible. Entre ellos se encuentra David Heymann, profesor de epidemiología de enfermedades infecciosas en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, uno de los principales expertos del mundo en el control de infecciones y expresidente de PHE. Heymann aprendió a realizar el rastreo de contactos en 1976 al hacer el seguimiento de la propagación de la viruela en los barrios pobres de Calcuta, India.
Heymann cree que los “modelizadores” – que utilizan datos y suposiciones para predecir la propagación de una enfermedad – tienen demasiado peso en las decisiones. Y parece que han condicionado a los responsables políticos, según él, a creer que no se puede detener el virus. “No creo que ningún epidemiólogo de campo recomiende detener el rastreo de contactos en un brote”.
Whitty, el asesor médico más importante del Gobierno, no hizo comentarios a preguntas de Reuters sobre este asunto.
Documentos publicados por el SAGE parecen avalar la sospecha de Heymann de que los científicos de modelización influyeron en la decisión de detener el rastreo rutinario de contactos. El comité de modelos de SAGE dijo ya el 3 de febrero que el rastreo de contactos “no es práctico una vez que hay un gran número de casos”.
Un estudio más detallado de tres modeladores de la Universidad de Cambridge, la Universidad de Manchester y Salud Pública de Inglaterra, presentado al SAGE el 12 de febrero, argumentaba que más allá de cierto punto del brote, las pruebas no tendrían sentido. El SAGE aprobó este documento el 18 de febrero, según las actas publicadas, concluyendo que el rastreo de contactos “ya no sería útil” en el caso de una “transmisión sostenida” del virus.
Algunos países adoptaron un enfoque diferente. Justo cuando Reino Unido estaba cerrando su rastreo comunitario, Alemania reclutó un ejército de rastreadores de contacto con base local. En la ciudad meridional de Heidelberg y su distrito circundante, de 800.000 habitantes, el director local de salud Rainer Schwertz dijo a Reuters que para la segunda semana de marzo había triplicado el tamaño de su departamento, reclutando a 200 estudiantes de medicina para trabajar en rastreos intensivos. A principios de junio, solo 38 personas habían muerto a causa de COVID-19.
Un portavoz de Salud Pública de Inglaterra dice que el rastreo de contactos “nunca fue abandonado”, pero considera que, una vez que hubo pruebas claras de la transmisión generalizada y sostenida en la comunidad de COVID-19, “era poco probable que el rastreo de contactos controlara el brote por sí solo y por lo tanto se dirigió a donde podría ser más eficaz durante esta fase”. Este organismo no respondió a una solicitud de datos concretos que mostraran qué tipo de rastreo continuaba.
Directivos de salud, gestores de residencias y personal del NHS entrevistados por Reuters dijeron que no tenían conocimiento de que hubiera ningún otro rastreo por parte de Salud Pública de Inglaterra hasta que el programa fue relanzado en junio.
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POR VÍA LIBRE
Tom Lewis, un microbiólogo consultor del hospital Barnstaple en el norte de Devon, tenía capacidad de sobra en su laboratorio. Él y su equipo del hospital habían intentado a principios de abril ofrecer pruebas para los residentes de la residencia de ancianos en la comunidad local “porque nadie más estaba haciendo nada”. Pero los altos ejecutivos del NHS ordenaron a su equipo “que se apartaran. Nos dijeron: ‘Esto no es trabajo de ustedes’. Es trabajo de PHE. Así que dijimos: ‘De acuerdo’”.
NHS no quiso hacer comentarios sobre el incidente a preguntas de Reuters.
Los equipos locales de Salud Pública de Inglaterra habían hecho un trabajo de rastreo estelar en los primeros días del brote, según Lewis. Pero entonces “el contrato de rastreo se detuvo sin aviso previo y PHE se distanció mucho. Casi no he tenido contacto con PHE desde entonces”.
Según Lewis, la agencia estaba “sobrecargada” y no estaba claro quién estaba al mando de la situación.
Esta disfunción la sintieron algunos de los trabajadores en primera línea. Roxanne Jenner-Ash, que dirige una residencia de ancianos en Barnstaple, habla de la sensación de aislamiento en el punto álgido del brote. “Hubo un momento en que nadie quería apoyarnos”, dice. Todos —médicos de cabecera, enfermeras y paramédicos—, todos tenían recomendaciones distintas y “todos tenían roles y opiniones distintas”. Al mismo tiempo, sus residentes estaban sufriendo: “Tienes gente que no puede sentir el calor, que no puede entender lo que está pasando, no pueden comunicar que están sufriendo”.
Después de lidiar con un brote en el que murieron nueve residentes, a Jenner-Ash sólo se le enviaron test de hisopos para analizar a sus residentes el 9 de mayo, cuando la infección había dejado de propagarse en residencia, al menos por el momento.
Sin embargo, para Lewis la clave era la ausencia de rastreo de contactos, que permite seguir de manera real la propagación del virus, por ejemplo entrevistando y haciendo pruebas a los trabajadores de la salud que habían estado en contacto con un paciente positivo, incluso si no tenían síntomas.
A principios de mayo, Lewis y sus colegas del Servicio Nacional de Salud decidieron lanzar su propio programa de rastreo, de carácter más amplio. Siguieron a los contactos que dieron positivo en el hospital Barnstaple con la ayuda de una asesora de salud sexual empleada por la fundación, Joanne Hamilton. El trabajo de Hamilton en enfermedades de transmisión sexual la había convertido en una rastreadora de contactos experimentada.
Cuando otro residente de su residencia de ancianos en Pilton House dio positivo a finales de mayo, esta vez, dijo Jenner-Ash, “ya no estaba sola”. Un día después del resultado de la prueba, Lewis y Hamilton habían logrado que todo el personal de Pilton House se hiciera la prueba, gracias a lo cual descubrieron a un miembro del personal que era positivo, que entonces se aisló, lo que posiblemente salvó las vidas de otros. Desde entonces, Pilton House ha permanecido libre de COVID.
Reuters ha encontrado pequeños experimentos similares en todo el país, en las Tierras Altas de Escocia, en la región de los Lagos, en Gales y en Sheffield, en el norte de Inglaterra.
Bing Jones, un médico jubilado que se especializó en hematología, fue uno de los seis médicos jubilados que pusieron en marcha el proyecto de Sheffield. Dice que la decisión nacional de detener el rastreo de contactos fue una “decisión catastrófica” que ha permitido que el virus se disemine en gran medida sin control por todo el Reino Unido y que ha provocado muertes innecesarias.
“Es una completa ineptitud. Fue un error elemental. Es uno de los pilares básicos de la gestión de una epidemia”, dijo. “No hay ninguna razón por la que no puedas hacerlo a pequeña escala o hacer lo que puedas”.
Trabajando con médicos de familia locales desde mediados de abril, el grupo encontró 13 personas con síntomas de coronavirus, que generaron 58 contactos.
Llegaron a la conclusión de que los trabajadores de la salud y la atención médica podrían haber estado transmitiendo el virus sin querer. Judy Stewart, una de las voluntarias del programa de Sheffield, dijo que se puso en contacto con cinco enfermeras, incluidas algunas que trabajaban en un hospital cercano, para aconsejarles que se autoaislaran después de que se les identificara por estar en estrecho contacto con alguien que recientemente había dado positivo en la prueba de COVID-19.
Según Stewart, las enfermeras le dijeron que habían discutido la solicitud con sus jefes, pero que se les aconsejó que ignoraran la solicitud y siguieran trabajando.
“Me sorprendió esta resistencia por su procedencia”, dice. “Recibí muchos mensajes diciendo: ‘Lo siento, no puedo involucrarme, pero buena suerte y fue un placer hablar contigo’”.
Algunos temen que esta resistencia se debiera a la inquietud de algunos altos cargos de los servicios de salud de que demasiadas pruebas y demasiado rastreo de los contactos por parte de los trabajadores sanitarios habrían reducido en exceso, en un momento de crisis aguda, el número de empleados disponibles, al tener que aislar a muchos de ellos durante al menos los siete días que pedía el Gobierno.
En Londres, el Francis Crick Institute, que dirige un laboratorio que ha proporcionado pruebas de COVID-19 para hospitales, ofreció el 15 de abril lanzar un programa para detectar trabajadores de la salud que pudieran estar infectados, incluso sin mostrar síntomas.
El University College London Hospitals realizó un estudio de un mes de duración sobre 200 trabajadores sanitarios a partir de finales de marzo; 42 dieron positivo en las pruebas del virus, pero solo ocho presentaron síntomas que se ajustaban a la definición oficial de caso. En el momento de su oferta, Crick tenía capacidad de sobra para realizar al menos 1.000 pruebas más al día.
Pero a pesar las presiones de Crick a ministros del Gobierno, dirigentes del NHS y Selbie (el dirigente de Salud Pública de Inglaterra), el programa de pruebas fue bloqueado, según dijeron a Reuters dos fuentes con conocimiento directo del proceso.
Salud Pública de Inglaterra y el NHS remitieron las preguntas de Reuters sobre la oferta de Crick al ministerio de salud, (el Departamento de Salud), que respondió: “No había ninguna guía o instrucción a los centros del NHS para limitar sus programas de pruebas a las admisiones hospitalarias”. El aumento de la capacidad significaba que las pruebas podían extenderse ahora al personal asintomático, según un portavoz.
En los últimos dos meses, Reino Unido finalmente aceleró las pruebas del coronavirus en las comunidades y lanzó a finales de mayo un sistema de rastreo de contactos que, según el primer ministro, es el mejor del mundo y cuenta con miles de empleados.
Pero la nueva aplicación para teléfonos —que se había presentado como eje del sistema de rastreo de contactos que se suponía e iba a lanzarse el mes pasado— se ha retrasado. El Gobierno admitió que la aplicación COVID-19 del Servicio Nacional de Salud podría no estar lista hasta el otoño boreal.
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(Reportes de Stephen Grey, Andrew MacAskill, Ryan McNeill, Steve Stecklow y Tommy Wilkes; reporte adicional de Thomas Escritt y Paul Carrel en Berlín y Elizabeth Piper en Londres. Editado en español Tomás Cobos, Jose Elías Rodríguez y Marion Giraldo)