Llegó al hospital con un dolor estomacal agudo. Tenía diarrea y punzadas intermitentes. Se desmayó en la sala de espera. Cuando despertó ya estaba canalizado. Había suero y antibiótico conectados a sus venas. Al día siguiente, después de varios exámenes médicos, el doctor habló con el familiar de Roberto. Le preguntó si había experimentado alguna situación límite. Los resultados de los análisis de laboratorio no indicaban infección ni alguna enfermedad. No había otra explicación que no fuera una cuestión psicosomática, tal vez derivada de algún evento que le carcomía el ánimo.
Roberto es el menor de cuatro hermanos.
Acaba de cumplir 43 años, lleva dos matrimonios, tiene una hija adolescente y un empleo que lo mantiene de viaje durante temporadas largas. Pero ninguno de esos factores lo afectaba. O no tanto como la muerte de su madre, ocurrida un mes antes del episodio que lo mantuvo una semana hospitalizado. El familiar le contó al doctor que a partir de ese hecho había notado cierto decaimiento en Roberto.
No había podido superar el duelo de esa pérdida y, por el contrario, se sumía en un estado de tristeza. El diagnóstico era impreciso, igual que la medicación que le siguió.
Como Roberto parecía empeorar, consultaron a una psiquiatra. La terapeuta les dijo que tenían que encontrar la causa, y comenzó con él sesiones de psicoterapia. Le habló a Roberto de melancolía. Su duelo, que es mucho más que una muerte biológica real, se había vuelto patológico y se convertía en melancolía.
El escritor Guillermo Arriaga explica de forma poética esta caída; para ello toma como referencia a los griegos. En su novela El salvaje (Alfaguara), escribe: “Hoy se usa el término melankholía para expresar un hondo estado de tristeza. Es la bilis negra que nubla nuestro ánimo”.
En la clasificación estadística internacional de enfermedades y problemas de la salud, se dedica un apartado a los “Trastornos del humor (afectivos)”. Se dice que la perturbación fundamental de estos “consiste en una alteración del humor o a la euforia”. Sin embargo, en dicha clasificación no se considera la melancolía más que en la descripción del trastorno depresivo recurrente, una de las subclasificaciones de la depresión.
Se señala que sus formas más graves “tienen mucho en común con conceptos más primarios, como los de depresión maníaco-depresiva, depresión vital y depresión endógena”.
Conceptos primarios a los que los griegos ya habían puesto atención. En su artículo “Depresión melancólica: aspectos históricos, nosológicos y conceptuales”, los psiquiatras españoles Francisco Javier Domínguez, María Jesús Manchón Asenjo y Antonio Soto Loza señalan “que la marginación progresiva de la melancolía en los actuales diagnósticos ha supuesto un grave atraso que impedirá conseguir una adecuada nosología de los trastornos del humor, debido a que el concepto de depresión mayor es inconsistente. A pesar de la marginación de la melancolía en las clasificaciones actuales está creciendo el interés por ella al tratarse del representante más genuino, nuclear y definido de los trastornos depresivos”.
¿Empastillarse sirve?
Lo primero que Roberto tuvo que tomar fue un antidepresivo. Lejos de sentirse mejor, comenzó a hundirse en su tristeza. Hubo un momento en que su esposa Martha temió que intentara suicidarse. Aunque se mantenía pasivo, como desganado, había cierto aire agresivo hacia sí mismo. Todo le cansaba y fastidiaba. Era como si estuviera sin estar. Martha dice que la psiquiatra le habló de un término que ella anotó en una libreta a fin de no olvidarlo: “vivir con los muertos”.
Cuando llegó a la psicoterapia, y le retiraron el antidepresivo y se lo cambiaron por otro fármaco menos agresivo, el ánimo de Roberto mejoró poco a poco. Y es que no todas las depresiones se tratan de la misma forma. La terapeuta le pidió escribir un diario y hacer un relato de sus recuerdos de infancia al lado de su madre. Roberto confrontó su vacío y ahora se siente mucho mejor.
El psicoanalista Darian Leader, miembro fundador del Centre for Freudian Analysis en Londres, sostiene que el aumento en el diagnóstico de la depresión se debe más que nada a que se está considerando como un problema biológico que requiere soluciones médicas. “En otras palabras, la exploración de la interioridad humana está siendo reemplazada con una idea fija de higiene mental. El problema debe ser eliminado más que comprendido”.