El cuerpo humano ha evolucionado a lo largo de la civilización con el propósito de sobrevivir y adaptarse mejor a su entorno. Los dedos de los pies de nuestros antepasados, hace millones de años, por ejemplo, eran más largos para aferrarse con firmeza a las ramas. La cuestión es si el futuro de nuestra raza nos integra a la tecnología, y si el concepto de ser humano admite otras interpretaciones.
Para Moon Ribas y Manel Muñoz, junto a Neil Harbisson –primer cíborg oficialmente reconocido por un gobierno, el británico– fundadores de Transpecies Society, la respuesta a ambas preguntas es un rotundo sí. Transpecies da voz a identidades no humanas, entendidas como aquellas personas que no se ven reflejadas en la definición tradicional de “hombre” o “mujer”. Abogan por el autodiseño de otros sentidos y órganos para disfrutar nuevas percepciones que conecten con el planeta.
Ribas explica que “la palabra cíborg nació para definir a las personas que debían modificarse a ellas mismas para sobrevivir en otros entornos, como el espacio”. Este escenario los ha inspirado para imaginar sentidos más útiles fuera de nuestro planeta.
Ribas, activista cíborg, desde 2013 cuenta con un sexto sentido, el sísmico, gracias a una serie de sensores implantados –conectados a sismógrafos en línea– es capaz de “sentir” terremotos en cualquier lugar del mundo en tiempo real, los cuales están expresados mediante vibraciones que varían según la intensidad.
“La trans-especie va más allá, y abarca la filiación que muchas personas sienten con los elementos naturales”, explica Muñoz, un fotógrafo que conoció a Ribas y Harbisson en 2016.
En su caso, el agua siempre ha estado presente en su vida. Por eso decidió dar un paso más.
Muñoz diseñó un nuevo sentido, el barométrico, que le permite percibir los cambios en la presión atmosférica mediante cuatro puntos situados en el contorno de sus orejas que su cerebro externa en forma de chispas de mayor o menor intensidad, según la frecuencia de las pulsaciones que sienta en su cuerpo. Este es el segundo prototipo. El primero era una serie de piercings colocados en las orejas, pero le causaban infecciones cada vez que bajaba la presión.
De carne y sensores
Ribas y Muñoz son dos jóvenes de 32 y 21 años absolutamente normales y coherentes, en su discurso y apariencia. Muñoz llama algo más la atención porque su sentido es visible, y todavía no se lo ha implantado, un factor que para ellos es irrelevante. “Lo más importante es la adaptación, el hecho de que sea interno o externo es una cuestión de comodidad, no un objetivo”, expuso Ribas.
Muñoz explica que, actualmente, la asociación trabaja con tres personas en el desarrollo de sus nuevos sentidos: un joven que busca percibir la calidad del aire con el objetivo de valorar el nivel de contaminación, un chico que quiere sentir los rayos cósmicos, y una mujer con la que desarrollan una exodermis, una segunda piel. En el proceso, tienen apoyo de ingenieros encargados de la parte técnica y programación.
Implantarse un objeto en el cuerpo requiere, a veces, la intervención de un médico o una enfermera; y aunque la mayoría se colocan bajo la piel, explican que, de momento, no existe legislación alguna sobre los cíborgs, lo cual los sitúa en la ilegalidad. Transpecies Society redacta un borrador que anticipa su reconocimiento pleno en la sociedad. Este incluye puntos que equiparan la tecnología con otras partes del cuerpo, y tener los mismos derechos, además de no ser discriminado.
Ribas se imagina que en cincuenta años, cuando dos personas se conozcan por primera vez, además de preguntar su origen, también se preguntarán qué sentidos tienen. De momento, los cíborgs conviven con nosotros, aunque muchos todavía no lo sepan.