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Candy, una mujer de 50 años, es madre soltera y por cuatro décadas se ha dedicado a las labores del hogar.
Vive en la periferia de la Ciudad de México. Allí las condiciones de pobreza son evidentes desde cualquier punto donde te detengas a observar, con calles sin pavimentar y casas levantadas con láminas.
Oriunda de Oaxaca, confiesa que con el sueldo que gana difícilmente ha podido cubrir los estudios de su hijo, que se encuentra en la adolescencia.
“Mi vida es muy difícil, a la semana gano mil pesos y trabajo todos los días desde las 8:00 de la mañana a las 8:00 de la noche, ya estoy muy enferma, no aguanto los pulmones y no voy al doctor porque no tengo seguro, y ¿de dónde saco dinero para pagar?”.
A pesar de que 99 por ciento de las 2.48 millones de empleadas domésticas remuneradas en México no cuenta con un contrato escrito, este sector no sólo lleva casi la presente administración en espera de que se reconozca su empleo; sino que ningún candidato a la Presidencia considera al trabajo doméstico como prioridad, aun cuando sus condiciones son, en algunos casos, inhumanas y perciben salarios de 40 pesos al día.
Marcelina Bautista, secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar, (Sinactrho), lamentó que la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), teniendo como titular al hoy secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, haya mostrado interés por este sector, sin embargo, nada se concretó, como el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que ofrece protección específica al personal doméstico.
La hoy activista en defensa de este sector, que en su mayoría carece de seguridad social, guarderías y prestaciones, recordó que la STPS hizo un estudio que propone –como un piloto– brindar seguridad a las trabajadoras del hogar, pero quedó pendiente y considera que es por “falta de voluntad política”.
Por su parte, Mayte Azuela, de la organización Hogar Justo Hogar, reconoció que también se busca evitar que se cometa una serie de abusos y sea el contrato lo que establezca las reglas entre las empleadas y sus empleadoras.
“No se trata de vernos como enemigos, ni que todas las trabajadoras son buenas y todos los empleadores malos, sino, entender cuáles son las obligaciones que tenemos como empleadores, qué sí le podemos exigir a la trabajadora y qué no, dónde sí nos estamos pasando y que sea lo mejor para las dos partes y se definan actividades, porque tenemos claro que mientras mejor estén las trabajadoras, también lo estaremos nosotros”, dijo.
Y es que, señaló, de sufrir algún accidente la empleada, no tenerla en el IMSS obliga al patrón a cubrir los gastos médicos, la incapacidad y un pago adicional por colocar en ese tiempo de ausencia a otra empleada y un doble pago, lo cual es complicado.
Para Candy es inexistente un contrato, ya que sólo está de palabra en una casa en las Lomas de Chapultepec, donde hace limpieza. Por una ínfima paga dice que “no hay de otra”.
También –debido a su edad– cree que no tendrá otra fuente de ingresos, lo que la obliga a permanecer ahí, donde por cierto ya lleva ocho años. Por ello, confió en que se logren cambios para este sector, del que dice también forma parte su familia y todos corren la misma suerte.