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Faustino Alanís Rodríguez ha trabajado en el Panteón Municipal Cimatario por 20 años, varía el número de entierros que realiza diariamente, ha llegado a “tapar” a ocho, seis, tres, o uno.
Dice que lleva tanto tiempo realizando esto que para él es como “un deporte”. Tiene 1 hijo y 5 hijas, y comenta que ellos entienden bastante bien su trabajo, y “ya saben que no hay miedo”.
Desde que era niño iba a jugar al Panteón, además de que cargaba cubetas, por lo que trabajar ahí no es algo extraño, al contrario, siempre ha conocido bastante bien el lugar.
Fue albañil por muchos años y le encargaban “chambas” para arreglar o construir tumbas; como su hermano también trabaja ahí, lleva 28 años y está por jubilarse, cuando hubo otra plaza le comentó a Faustino, y él no lo dudó.
“Aquí venía desde chavillo tenía unos 8 años, y yo venía a echar agua con los botecitos, niño aquí venía yo” como dice él, era acarreador.
Le ha tocado presenciar algunas historias, es inevitable no preguntarle si alguna vez lo “han espantado”, puesto que en ocasiones ha tenido que tomar el turno de la noche y amanecer ahí, sin más compañía que las criptas.
Evidentemente se ríe y dice que “miedo a los vivos allá afuera, a los vagos, aquí no, la canción dice que el que muere no es nada”.
Algunas veces le tocó estar de velador, “aquí ando a la una o dos de la mañana me dada mis vueltas yo solito”.
Cuenta que hacen más ruido los ratones y que antes, cuando una parte del panteón estaba descubierta, se metían jóvenes a tomar, o había quienes querían hacer rituales, o “parejitas”, y les decía “órale para fuera”, y no pasaba de ahí. Ahora esa área está toda bardada. Todo está en los nervios, afirma, “ser uno nervioso ni para qué se mete aquí”.
No recuerda a las personas que entierra, pues es difícil saber quiénes son, pero sí que a él le tocó el exgobernador Rafael Camacho Guzmán, y también estar ahí cuando sus familiares decidieron llevárselo a otro lado, “lo volví a sacar cuando su hija vino por él”.
La Cripta de los Camacho Guzmán luce descuidada, por lo que le pregunto si ya no vienen o por qué está así, y me contesta que antes la visitaban seguido, pero desde que lo trasladaron, “casi no los ha visto”.
De los momentos que evidentemente llegan a vivirse en ese lugar, me dice que de los que más recuerda y, curiosamente son los que más frecuentemente les ha tocado presenciar a él y a sus compañeros, son las peleas por las herencias.
Narra que una vez incluso fue arriba de la tumba del difunto, que “se agarraron del pelo y se fueron a los golpes, estábamos acabando de echar la tierrita con las palas. Estaba según la esposa del difunto, la efectiva, y llegó la segunda, le dijo ahora sí lloras, pero cuando lo echaste de la casa, yo lo recogí…”
Sin embargo, le insisto acerca de algún sepelio que le haya parecido en particular bonito, o memorable, e insiste en que “uno se acostumbra, y es como un deporte”.
Asegura que hace años, le pareció triste que una joven después del sepelio de su pareja estaba sentada en la tumba con su hija y hablaba diciendo “te voy a venir a ver diario Carlos, te voy a venir a ver diario”, y sí venía, cuenta Faustino, pero duró algunas semanas y de repente se desapareció; “al medio año regresó a despedirse, puesto que estaba con su prometido”.
Los Días de Muertos le gustan, porque hay mucha gente, hay música, y hay mucha vida en el Cementerio.