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Por Teresita González
El síndrome del nido vacío es una etapa evolutiva con síntomas fisicos y emocionales que causan, principalmente, la sensación de soledad que se puede producir en algunos padres, especialmente en mujeres, aunque se presenta en ambos sexos cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar.
No importa si es por estudiar o trabajar fuera de casa, porque deciden hacer su propia familia o simplemente desean ser independientes. De cualquier manera sienten profunda tristeza, vacío, inutilidad o incluso culpa, en especial si el lazo familiar y la relación fue tensa.
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Algunos otros síntomas del síndrome del nido vacío son dificultad para concentrarse, fatiga e incapacidad para encontrar placer o preocupación excesiva.
Los padres se preguntan cómo será su vida sin sus hijos.
Las reacciones son diferentes en cada persona, dependiendo de la personalidad y situación, así como de la relación que se ha establecido con el hijo o hijos que se van del hogar.
Sin embargo, aun cuando la relación es buena y su labor como padres satisfactoria, y se respeta la independencia y libertad de los hijos, se da un gran cambio en el proceso de adaptación a la nueva situación y debe haber una reorganización, lo que podría generar crisis en el equilibrio de la familia.
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Una de las causas del síndrome es la cultura mexicana de apego, es decir, familias muégano, padres que se sienten responsables de sus hijos incluso cuando se trata de formar su propio hogar.
También se relaciona con autoestima, debido a que los padres se valoran en función de lo que hacen por ellos como atenderlos, ayudarlos y cuidarlos.
Cuando se van de casa la madre o el padre pierden su identidad, pues ya no se sienten necesarios y eso afecta su autoestima.
No es un trastorno, es una etapa de la vida que sucede naturalmente y que es necesario aprender a vivir de la mejor manera posible, por ejemplo, prepararse gradualmente educándolos para que sean responsables, independientes y autónomos, y evitar ser sobreprotectores.
Lo anterior se di culta debido al miedo de que los hijos se vayan, a quedarse solos y que a veces es más fuerte que la aceptación de que algún día esto sucederá y que es una situación necesaria y normal para que sean felices, responsables, independientes. Inconscientemente queremos que los hijos nos necesiten.
Debemos saber soltar, dejar- los marchar aunque duela. La relación con los hijos no termina porque se independizan, sólo cambia.
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En la medida que aceptemos dicha situación y la sepamos manejar adecuadamente, mejor relación tendremos con ellos, más si evitamos caer en la tentación de seguirlos protegiendo.
Es importante establecer una buena relación de pareja para que cuando se presenta el síndrome se apoyen y aprovechar para re- forzar la relación, cambiar rutnas, incluir nuevas actividades y temas de conversación, pues ahora no todo debe enfocarse a los hijos, sino hacia nuevos proyectos, planes o intentar cosas que antes no se podían hacer por el tiempo y cuidado que requerían los hijos.
Este síndrome puede verse como una nueva etapa de la vida o como algo triste, depende mucho de la actitud que se tenga.
Los padres cumplen con educarlos y darles lo necesario, pero cuando los hijos tienen la edad suficiente para tomar sus decisiones, seguramente lo harán estemos de acuerdo o no.
Ellos deben experimentar la vida y asumir sus consecuencias. Recuerden que la familia no desaparece, sólo se transforma
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