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Los chistes solicitando información técnica superespecializada sobre el aeropuerto para que un ciudadano de a pie que nunca ha usado un avión se informe sobre el sentido de su voto en la consulta han ilustrado los indicios de que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, aún no ha entendido las funciones que debe desempeñar el Presidente de la República.
Someter a consulta “al pueblo” la decisión sobre la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México que sólo usa una minoría recordó aquel spot del gobierno de Carlos Salinas de Gortari y Solidaridad: un niño llega corriendo a decirle al viejo del pueblo “¡don Pepe, don Pepe, ya tenemos carretera!” y don Pepe responde: y para qué si ni coche tengo.
El discurso –no explicación– de López Obrador que anunció la consulta sobre el aeropuerto mostró la imagen de un líder de masas en la plaza pública hablando con el pueblo, no un presidente electo asumiendo el sistema institucional de toma de decisiones en función de un proyecto de gobierno.
Las grandes propuestas de campaña de López Obrador como candidato ganador y ahora presidente electo muestran la falta de un proyecto de gobierno y revelan la decisión de un candidato de cumplir sus compromisos de campaña aún por encima de la racionalidad reglamentaria con procedimientos estrictos.
El tránsito del líder al gobernante no es difícil en los sistemas con mecanismos escalafonarios de entrenamiento político. Pero López Obrador ha sido líder de masas desde 1988 y su paso por la jefatura de gobierno del DF no fue diferente a su funcionamiento en la plaza pública. Ahora, sin embargo, como presidente electo de la República, las exigencias institucionales del cargo han chocado con el voluntarismo del líder. Sus conferencias de prensa en la escalinata de su casa de campaña muestran a un político personalista en diálogo interactivo con reporteros inquisitivos que son asumidos por el líder como masas de plaza porque les exige un papel de conductores interactivos de mensajes.
Si el camino del líder al gobernante es muy difícil, el sendero del gobernante al estadista es más complicado y no se cumple sólo con deferencias de sus colaboradores.
El artículo de Olga Sánchez Cordero en Milenio el miércoles 15 de agosto no es digno de toda una ministra jubilada de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sino que apenas se ajustó a una perorata de jilguera priista en campaña. Su texto termina con la misma arenga de López Obrador de su discurso de entrega de constancia como si ella estuviera en una plaza pública.
El ejercicio del poder presidencial exige rigor, mesura, coherencia, sentido y sobre todo organicidad política. El Presidente de la República es el jefe del Poder Ejecutivo, es decir, el que ejecuta; en todo caso, López Obrador pareció enredarse en sus promesas de campaña eludiendo sus funciones ejecutivas con una consulta que tiene reglas estrictas que involucran a la Constitución, la Suprema Corte y al INE. Así, el presidente electo está confundiendo la democracia participativa con la democracia plebiscitaria a mano alzada y el Poder Ejecutivo con el poder consultivo.
El desorden político y económico que ha provocado su decisión de “consultar al pueblo” sobre el nuevo aeropuerto es el primer gran aprendizaje de que el cargo presidencial es diferente al de líder de masas. Y ocurrirá lo mismo con otras decisiones que se toman sin contar con diagnósticos ni con respeto a reglas legales y que sólo muestran una presidencia caudillista.
Política para dummies: La política es el poder, no la arenga.