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Distraídos en la larga lista de reformas –12 hasta ahora– del gobierno de López Obrador en su fase apenas de candidato ganador, la visita hoy de una misión de alto nivel del gobierno de Donald Trump reducirá los márgenes de maniobra del lopezobradorismo.
La relación de México con la Casa Blanca y sus áreas de inteligencia, seguridad nacional y estructura militar ha sido históricamente de dependencia estratégica. México es el problema número uno de seguridad nacional de Washington y Washington es el problema total de México.
Por lo pronto, la visita del ultraconservador Michael Pompeo – exdirector de la CIA que ha negociado directamente con el presidente Peña Nieto en Los Pinos, bajo la mirada cómplice de la oscura embajadora Roberta Jacobson– hoy en su calidad de secretario de Estado ya tuvo el primer guiño del próximo gobierno lopezobradorista: el anunciado cierre de la frontera sur mexicana para evitar los migrantes que van rumbo a EU y evitarle a la Casa Blanca conflictos como los actuales.
La visita de Pompeo estuvo precedida, ayer, con la publicación de un artículo en El Universal de Marck McLarty (gente de Clinton) y el temible John Dimitri Negroponte (de la CIA, desestabilizador, estabilizador imperial, jefe de inteligencia y embajador de Bush Sr. 1989-2005), quien se encargó de definir el marco geoestratégico y de dominación estadounidense del tratado de comercio libre de Carlos Salinas de Gortari.
La visita de Pompeo y el texto de Negroponte antes del reconocimiento oficial de López Obrador como presidente electo fueron una maniobra de imposición imperial de agendas. Al mismo tiempo, reveló que López Obrador no tuvo razón cuando dijo en campaña que la mejor política exterior era la interior; al contrario: la política interior es la política exterior. Por tanto, el eje de la viabilidad de gobierno de López Obrador no estará en la política interior –una ingenua Olga Sánchez Cordero en Gobernación (“la orden es cerrar heridas”, Eje Central 12 de julio), un agobiado Ricardo Monreal en el Senado y quien quede en la Cámara de Diputados–, sino en el manejo estratégico de Marcelo Ebrard Casaubón como secretario de Relaciones Exteriores.
Negroponte y McLarty hacen hincapié en la “colaboración constructiva” de México hacia la Casa Blanca de Trump, un mensaje de ablandamiento a la nueva administración mexicana. Las circunstancias aconsejaban retrasar ese encuentro porque López Obrador carece hoy de instrumentos de poder para administrar esa reunión, lo que pudiera haber sido el primer error geopolítico frente al gigante estadounidense.
Estados Unidos sólo habla el lenguaje del poder: México es el muro geopolítico contra la contaminación de pobreza y flujo de migrantes ilegales de Centroamérica a territorio estadounidense y contra los intentos de reconstrucción del bloque bolivariano. Por eso López Obrador debió haber esperado la condición de presidente electo para una reunión con EU hasta cerca de la toma de posesión, a fin de evitar las lecturas políticas que vean sus decisiones casi como aprobación del vecino estadounidense.
La semana 2 de López Obrador mostró más voluntarismo interno y neurosis de poder que comprensión de que la Presidencia de México ante Washington es política estratégica pura.
Política para dummies: La política es la realidad reciclada. Si yo fuera Maquiavelo: “Un príncipe de estos tiempos, a quien no es oportuno nombrar, jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es acérrimo enemigo de ambas, ya que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras”.