Doce días después de la derrota, el presidente Enrique Peña Nieto ha abandonado al PRI a su suerte y a sus contradicciones en busca de responsables. Ya recibió a López Obrador y al candidato derrotado priista-no-priista José Antonio Meade Kuribreña, pero el PRI que controló en el proceso electoral sigue sin ser convocado a Los Pinos para analizar el descalabro.
En el 2000 Zedillo recibió en Los Pinos a la plana mayor del PRI al día siguiente de la derrota; hoy, el jefe máximo del PRI ha abandonado al partido al garete.
Lo que preocupa a los priistas en sus reclamos es si hubo un pacto de impunidad o de continuidad del presidente Peña Nieto con el candidato López Obrador, todo el sexenio arriba en las encuestas. El operador de estrategia del candidato panista, Jorge G. Castañeda, puso la agenda de un pacto de impunidad: apoyo a cambio de ninguna persecución en los expedientes graves de irregularidades.
Pero hubo otros indicios respecto a un pacto de continuidad del modelo económico neoliberal, sobre todo a partir de la insistencia de López Obrador en la campaña formal en 2018 de que se ajustaría a la estabilidad macroeconómica y a la globalización, eje dominante del neoliberalismo salinista 1979-2018. Zedillo mantuvo atado al PRI en el 2000 cuando se enteró que el secretario de Hacienda de Fox sería Francisco Gil Díaz, el jefe de los Chicago boys neoliberales.
Los priistas están analizando todo su proceso electoral a la luz de la existencia de algún pacto Peña-AMLO a partir de las derrotas del 2016, cuando el PRI perdió siete gubernaturas bajo el mando político del experimentado Manlio Fabio Beltrones. En ese instante político, dicen, el presidente Peña se percató que era imposible la victoria del 2018.
Desde ese momento Peña Nieto manejó al PRI no para hacer un esfuerzo para ganar, sino para contener radicalismos que ensuciaran la elección presidencial: atrasó la designación del candidato, decidió por un no-priista sin negociarlo, manipuló la asamblea para modificar estatutos a favor de Meade, le puso a Meade operadores ineficaces para defender sus reformas y no trabajar para la victoria, colocó a un incompetente no-priista en la presidencia del partido para que se encargara de frenar al partido y retrasó la entrega de dinero para la campaña.
López Obrador, en cambio, se dedicó a mandar el mensaje de “amor y paz”, a insistir en que no habría persecución de corruptos, que respetaría la condicionalidad macroeconómica –inflación baja como eje de su política económica–, que no tocaría la autonomía del Banco de México, que avanzaría en la globalización de mercados y que financiaría sus promesas populistas con ahorros presupuestales y no déficit de gasto público, impresión de dinero, deuda externa o impuestos.
Los datos en Los Pinos desde la elección de gobernador en el Estado de México en julio del 2017 confirmaron que el PRI no ganaría las presidenciales del 2018 bajo ningún supuesto o circunstancia. Así que hubo el tiempo para amarrar compromisos de protección política y de continuidad neoliberal transexenales con López Obrador.
De esto quisieran hablar los priistas con su líder Peña Nieto, pero seguramente por esto es que han visto cerradas las puertas de Los Pinos.
Política para dummies: La política es la prioridad del más fuerte; lo demás es demagogia.
Si yo fuera Maquiavelo: “El vulgo se deja engañar por las apariencias y el éxito; y en el mundo sólo hay un vulgo, ya que las minorías no cuentan cuando las mayorías no tienen donde apoyarse”.