En muchas ocasiones los especialistas del comportamiento humano han señalado que cuando la frustración y el enojo se acumula en las masas, las decisiones se tornan confusas y en ocasiones catastróficas.
Pero también hay que señalar que el comportamiento humano responde a diversas connotaciones y causas, pero cuando esas masas deciden imponer un castigo a quienes desde el ejercicio del poder provocan decepciones colectivas, en la mayor parte de las veces el resultado es adverso a los intereses de esa colectividad.
Para decirlo más claro, los pueblos también se equivocan, y en México nos hemos equivocado varias veces. El problema es que nos lamentamos mucho cuando el padecimiento provocado resulta contrario a los intereses colectivos, y la consecuencia puede ser la generación de hechos y actos calificados como los excesos permitidos del poder, porque se fundamentan en la mayoría de esos votantes que irreflexivamente, o a causa de la frustración y el enojo colectivo, deciden otorgar poderes extraordinarios a los gobernantes.
Los pasados comicios pueden tener esa particularidad, porque otorgaron poderes extraordinarios al ganador de la Presidencia de la República. Ni en los tiempos del partido de Estado se entregó tanto poder a un candidato ganador, y eso pudiera representar en el corto plazo un salto al vacío. Y no es que la voluntad colectiva de los mexicanos haya sido irreflexiva, simplemente es que la generación del odio colectivo hacia Enrique Peña Nieto fue parte importante del discurso y de la campaña de López Obrador.
Con justa razón o no, ese fue el principal motor que provocó la frustración y el enojo colectivo, y la consecuencia ha sido el otorgamiento de un poder avasallador al candidato ganador. Al menos ese es el temor que en los últimos días se ha venido albergando entre estudiosos y analistas del fenómeno político, pero sobre todo en quienes comienzan a visualizar la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador haga uso de ese caudal de votos para convertir a México en el país de un solo hombre.
Diversos analistas del fenómeno político han señalado que durante la jornada electoral se presentó un fenómeno que otorgó poderes ilimitados al candidato ganador, y que ahora tendrá a su servicio un partido dominante con el que pudiera establecer para bien o para mal, un nuevo esquema de gobierno y una conformación distinta del Pacto Federal. Para decirlo de forma más simple, los mexicanos no votaron por un partido, votaron por quien se asumió como “el hombre que puede salvar a la patria”.
Andrés Manuel López Obrador tendrá el poder de hacer lo que le venga en gana con el país porque tiene una mayoría abrumadora para realizar cambios constitucionales, o leyes propicias a su proyecto personal, o quizá hasta la supresión de algunas entidades federativas. Desde la etapa conocida como La Revolución Mexicana solamente Plutarco Elías Calles tuvo un poder similar, guardadas las proporciones, pero supo edificar el sistema político mexicano hasta ahora vigente. ¿Cabrá la madurez del estadista en Andrés Manuel López Obrador? Lo conoceremos en los siguientes meses. Al tiempo.