Cuando el presidente Zedillo se percató que no podría hacer candidato a uno de sus dos validos –Guillermo Ortiz Martínez o José Ángel Gurría Treviño– para mantener la continuidad neoliberal porque la militancia priista le había puesto candados a la nominación, su opción no fue en realidad Francisco Labastida Ochoa sino la alternancia al PAN.
Los tres valores básicos del PAN aparecían en la real politik como los mismos del PRI neoliberal: Estado subsidiario, bien común y solidarismo con los pobres. Zedillo, por lo demás, había adquirido compromisos estratégicos con EU en 1995 cuando el presidente Clinton aportó un fondo de 55 mil millones de dólares sin aprobación del Congreso para salvar a México de la crisis devaluatoria Salinas-Zedillo.
Luego de 1997 era imposible pensar en una victoria del PRI en 2000. El candidato panista Vicente Fox resolvió las preocupaciones: el secretario de Hacienda sería alguien del Banco de México, dejando entrever que Francisco Gil Díaz estaba en el primer sitio de la lista. Gil era el jefe de los Chicago boys neoliberales, los hijos intelectuales de Milton Friedman, el papá del neoliberalismo que había recibido el premio Nobel de Economía en 1976 por su teoría monetaria de la inflación. Gil, inclusive, había sido asistente de Friedman en Chicago.
El neoliberalismo panista se mantuvo en 2006 con la designación del primer secretario de Hacienda calderonista: Agustín Carstens, traído a ese cargo directamente de la subgerencia general –segundo en jerarquía– del Fondo Monetario Internacional, el policía financiero del capitalismo neoliberal globalizador. Con esos dos secretarios de Hacienda, el PAN en la Presidencia era garantía de continuidad neoliberal.
López Obrador hubo de pasar por la misma prueba; lo de menos era el discurso populista para sus masas; la clave de la posibilidad de que le reconocieran su victoria estaba en la continuidad del modelo neoliberal. El mensaje quedó claro con su secretario de Hacienda designado: Carlos Urzúa no pertenece al establishment neoliberal del Banco de México-Universidad de Chicago, pero su pensamiento económico es estabilizador.
Urzúa fue el que educó a López Obrador en el modelo del desarrollo estabilizador que diseñó Antonio Ortiz Mena para los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz: estabilidad macroeconómica vía inflación controlada y diseño presupuestal acotado por esta condicionalidad. La inflación se controló por la vía ortodoxa: déficit presupuestal bajo y control salarial. En un entorno internacional estable, el PIB mantuvo su tasa de 6 por ciento promedio anual que venía desde 1934, con el candado antidevaluatorio vía la inflación.
El costo de este modelo fue social: el presidente Echeverría encontró un grave rezago social indígena, rural y proletario; lo malo fue que quiso remediarlo con aumento del gasto público sin incremento en los ingresos, el déficit presupuestal subió de 2 a 8 por ciento, se financió con deuda y circulante; los empresarios politizaron el populismo y bajaron inversiones, además de un asalto a las reservas en 1976. El saldo fue la devaluación. El modelo fue replicado por López Portillo.
El neoliberalismo salinista 1979-2018 ha sido un desarrollo estabilizador vergonzante: la inflación como eje de la estabilidad. López Obrador viene por segunda fase de desarrollo estabilizador y segunda fase de neoliberalismo salinista, elementos clave de su aceptación mundial.
Política para dummies: La política es la capacidad para decidir lo que no se tiene que decidir, pero hacerlo sin cargos de conciencia. Si yo fuera Maquiavelo:“Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y elogiados por todos”.