Con el aparentemente bizarro título de “Petróleo y guerra antinarco”, circula un libro del académico y doctor en derecho Raúl Armando Jiménez Vázquez, editado por la Facultad de Derecho de la UNAM. Sin formular la pregunta que revoloteaba en mi mente, encuentro la respuesta en la introducción misma del volumen: “no es casual que la reforma energética haya emergido precisamente en el contexto de la guerra antinarco”, dice el autor. Y argumenta:
“En su célebre obra La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, la intelectual canadiense Naomi Klein revela que los gobiernos con frecuencia dan curso a escenarios catastróficos, a fin de inocular miedo colectivo, y poder así introducir (las más) impopulares medidas de choque”.
Recopilación de textos periodísticos y de divulgación académica, en las 350 páginas del libro podemos hallar rastros del protagonismo de la entonces canciller de la Casa Blanca, Hillary Clinton, derrotada en su aspiración presidencial pero triunfadora en el aliento y diseño de la reforma energética de Enrique Peña Nieto “para favorecer a las grandes petroleras internacionales”, ya que, según correos electrónicos desclasificados y divulgados en agosto de 2015, impulsó abiertamente la privatización de la industria energética mexicana.
El autor hablaba en agosto de 2015 del “imperativo ético, jurídico y político de revertir esa oprobiosa imposición que, además, es claramente contraria a los intereses nacionales”.
Y en otro agosto, pero de 2010, deploraba a un México inmerso en un verdadero estado de excepción, con garantías individuales suspendidas, con prácticas de tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes, que son cotidianas; detenciones sin orden de aprehensión, instalación de retenes, apoderamiento de las calles que impide la libre circulación de vehículos y personas; cateos sin mandamiento judicial; desapariciones forzadas y ejecuciones sumarias; desplazamientos de pobladores. Las Fuerzas Armadas y policiales no eran ajenas a tan terrorífico clima.
Hoy me remite a la premisa de la “doctrina del shock” lo que sigue pasando, sin justicia ni castigo, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde en los primeros meses de este 2018 han desaparecido decenas de ciudadanos, cuyo secuestro inicial se atribuye a grupos de marinos. La hipótesis oficial, sin evidencia videofilmada y sin algún detenido por disfrazarse ilegalmente, es que la delincuencia organizada usa uniformes falsos de la Marina, en vehículos clonados, y así levanta y desaparece a personas al azar.
Mientras no se presenten pruebas, eso no es sino sacudirse la responsabilidad. La ciudadanía sí tiene videos y rostros, placas y vehículos, pero los dará a conocer sólo cuando tenga la certeza de que nada ocurrirá a los informantes de estos atropellos.
Este domingo el gobierno dijo haber encontrado una casa de seguridad con armas y 137 pancartas en contra de la presencia de la Marina en Tamaulipas, acusándola de secuestrar gente, exhibidas en marchas de protesta.
“En vez de buscar a los desaparecidos, quieren hallar culpables ajenos a los hechos”, escuché en la radio a Raymundo Ramos, valiente titular del Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo. Él sigue documentando desapariciones y fosas con cadáveres que aparecen incluso en estados vecinos, como Nuevo León. ¿Dónde hay arresto de comandos disfrazados de marinos? Circulan impunes porque son de ellos. No quiero ni pensar que el shock vive entre nosotros.