Es un espectáculo muy desagradable ver a los candidatos presidenciales Ricardo Anaya, Andrés Manuel López y José Antonio Meade que están más preocupados desprestigiándose unos a otros en vez de estar ocupados proponiendo e intentando convencer acercándose a la población más necesitada que los puede elegir el próximo 1 de julio; en vez de ello, se muestran a todo el País como seres humanos excepcionales con las cualidades indispensables para dirigir el destino económico, social y político de millones de mexicanos, pero sus rivalidades los caracteriza.
Los medios de comunicación diariamente dan innumerables notas sobre las imputaciones de los candidatos, amigos e integrantes de sus equipos como probables autores de conductas delictivas y aunque por el momento no ha habido ninguna carpeta de investigación que se vincule a un proceso judicial que como resultado se emita una o varias órdenes de aprehensión, todos jurídicamente deben ser tratados como presuntos inocentes.
Cada seis años sucede lo mismo desde hace décadas y el candidato que resulte vencedor, empezará su mandato presidencial con un México de millones de pobres, sistemas de educación y salud deficientes, una creciente inseguridad con una ineficaz procuración e impartición de justicia que genera impunidad y corrupción en todas las oficinas públicas, pero aun así, el mandatario entrante derivará culpas al saliente para que en 2024, lo único que cambiarán serán los índices de desgracia y una cara nueva en Palacio Nacional.
Se acabó el tiempo de las expectativas de mejorar con el cambio de la administración pública federal, el desencanto de la sociedad se advierte por todos lados, el voto de los indecisos no se puede definir porque la precaria oferta política, el deterioro del Estado de Derecho y la utilización de las Instituciones de la República para fines políticos y/o personales desanima a cualquiera.
No se espera que la injusticia, discriminación, violencia y las sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas por autoridades, dejen de ser parte del diario acontecer de un México que sigue en pie a pesar de sus graves problemáticas a las que nos debemos enfrentar y que solo venceremos, si dejamos de exigir que los demás hagan lo que nosotros mismos no hacemos.
Un Presidente o diez más, en seis o sesenta años no podrán cambiar el rumbo de una hermosa Nación enferma que requiere de un esfuerzo conjunto entre gobierno y particulares para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, para ello debemos participar con convicción, iniciativa y creatividad en la reconstrucción de nuestra sociedad.