El 20 de noviembre de 1910 se inició la Revolución que en menos de un año derrocó al régimen del dictador Porfirio Díaz. El movimiento armado fue convocado, a través del Plan de San Luis, por Francisco I. Madero, el hijo de un rico terrateniente coahuilense, que aseguraba que a través de sesiones espiritistas era capaz de conversar con Miguel Hidalgo y Costilla y otras personas que años antes habían pasado a mejor vida.
La Revolución, que como su principal objetivo buscaba que en México se respetara el proceso electoral (sufragio efectivo) y prohibiera la reelección presidencial, culminó al renunciar Díaz en mayo de 1911. En las elecciones presidenciales extraordinarias de octubre 1 y 15, de esas Madero resultó electo para el periodo 1910-1916, asumiendo luego el cargo de presidente constitucional el 6 de noviembre.
La guerra civil empezó poco después de que Madero fue asesinado, el 22 de febrero de 1913, tras el golpe de Estado perpetrado por Victoriano Huerta, quien asumió la presidencia de acuerdo con lo que señalaba la Constitución de 1857.
Los historiadores que desde 1929 sirvieron al Gobierno Federal se encargaron de pintarnos un cuadro romántico, hasta de color de rosa, de la Revolución, donde todos los caudillos que se enfrentaron salvajemente supuestamente buscaban una sola cosa: el bien de la patria a través de la construcción de un país más justo donde abundaran las oportunidades para todos y se prohibieran los privilegios para unos cuantos.
Hoy, transcurridos 117 años desde aquel 20 de noviembre, se va conociendo la verdad de lo que entonces ocurrió, empezando por el hecho de que Díaz era un dictador similar a la inmensa mayoría de los gobernantes de su época, probablemente menos cruel y sangriento y más progresista que muchos de ellos.
Hoy sabemos que lo que más buscaba obtener Madero era que México adoptara un sistema democrático en el que se respetara el voto y que lograr la justicia social para los obreros y campesinos no ocupaba un lugar importante dentro de sus planes.
También sabemos que Emiliano Zapata y Francisco Villa fueron bastante sanguinarios y que el segundo probablemente sería hoy clasificado como un sociópata.
Hoy no nos queda la menor duda que Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles pelearon, sobre todo, para quedarse con el poder en sus manos y ejercerlo como lo hizo Porfirio Díaz. Es un hecho que Carranza ordenó que mataran a Zapata y Villa; Obregón y Calles mandaron asesinar a Carranza y que Calles muy probablemente decidió que ultimaran a Obregón. No se dice, pero está documentado, que Lázaro Cárdenas, por órdenes de Obregón, también persiguió a Carranza para matarlo cuando éste huyó de la Ciudad de México, pero que otro general se le adelantó para cometer el magnicidio.
Curiosamente, hoy todos son héroes de la Revolución.
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/Eduardo J Ruiz Healy