Por: Miguel Nava
En MORENA, se advierte una división entre sus más populares e influyentes militantes por ganarse día a día y conservar el ánimo del actual mandatario, para no romper con la nefasta tradición mexicana de que, llegado el quinto año de gestión, el Presidente saliente por “dedazo” y según estén las circunstancias políticas deja a su sucesor.
Todavía no se cumple un año de la llegada de MORENA a la titularidad del Gobierno de la República y la lucha por la candidatura presidencial comenzó anticipadamente con la “compra” de voluntades, repartición de posiciones de alta jerarquía en la administración pública federal y en el Congreso de la Unión y la disputa que será muy desgastante entre el Canciller o Vicepresidente sin nombramiento, Marcelo Ebrard Casaubón y el poderoso y hábil Senador Ricardo Monreal Ávila.
En 1988, fue la última ocasión en que la costumbre convertida en norma no escrita, un presidente priista imponía al costo que fuera a otro de su mismo partido, pero se tuvo que ajustar el Sistema Político Mexicano a las condiciones de aparente pluralidad democrática con la cuestionada victoria electoral de Carlos Salinas de Gortari.
Es indudable que, en la elección del año 2000, Ernesto Zedillo Ponce de León ante las circunstancias de aquella época, dejó en el olvido y sin apoyo al candidato de su partido, Francisco Labastida Ochoa para “no meter las manos” en el proceso electoral y facilitar al panista Vicente Fox Quesada, asumir la Presidencia.
Pero los sexenios, sin excepción, marcados por la corrupción, impunidad e ineptitud, ya no podían sostenerse por mucho tiempo, por esa razón en 2006, aconteció algo muy similar al fraude electoral de 1988, con la accidentada llegada del panista Felipe Calderón Hinojosa que no era el candidato favorito de Fox, pero si garantizaría la continuidad del híbrido político que nacía, denominado prianismo, que en otras palabras se pretendía repartir el poder como lo hacen los “gringos” en los Estados Unidos, entre dos fuerzas políticas.
En 2012, el favor realizado por el PRI al PAN al permitirle en 2006 llegar al Poder Ejecutivo, se cobró factura con la candidatura de Enrique Peña Nieto, ya que compartieron un mismo proyecto de continuidad que fracasó al experimentar con su plan A; José Antonio Meade Kuribreña, Secretario de Estado de ambos expresidentes que se suponía sería el primer prianista en la Presidencia de México.
El 2018, se convirtió en la tumba del proyecto prianista, al momento en que el candidato del PAN Ricardo Anaya Cortés, siendo el plan B, públicamente anunció que encarcelaría al Presidente saliente si la votación le favorecía, lo que de inmediato encendió las alertas y Enrique Peña no tuvo otra opción que abandonar a José Antonio Meade y dirigir su “dedo” para negociar la transición con Andrés Manuel López Obrador que solamente lo traicionará si sus planes electorales no le resultan como lo desea y requiera de popularidad al acusar y perseguir penalmente por corrupción a quien le heredó “el trono”.
Así de obvia, repugnante y sucia es la política a la mexicana que después de siglos continúa escribiéndose con sangre, mentiras y traiciones.