Por Eduardo Ruiz-Healy
Nunca he creído en los populistas que, sin importar el espectro ideológico al que pertenezcan, ofrecen resolver problemas muy complejos mediante soluciones tan sencillas que a fin de cuentas no resuelven nada. Por eso no quería que Andrés Manuel López Obrador ganara la elección del domingo pasado, como tampoco quise que triunfara en 2006 y 2012.
Sin embargo, los tres gobiernos federales más recientes, los de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto fueron incapaces de resolver los principales problemas del país.
Los tres no pudieron, supieron o quisieron remediar lo que más afecta y enoja a la mayoría de los mexicanos: la pobreza en que viven millones, la falta de empleos dentro de la economía formal, los bajos ingresos de las familias, la creciente brecha entre los que tienen mucho y los que tienen poco o nada, la delincuencia cada vez más violenta que controla amplios sectores de la economía y el gobierno, la impunidad con que actúan todos los delincuentes, la corrupción que, en lugar de disminuir, aumentó escandalosamente, un sistema educativo que no prepara a nuestros niños y jóvenes para competir exitosamente en la economía contemporánea, un gasto irresponsable de cuantiosos recursos públicos, el desvío de parte de los presupuestos gubernamentales a los bolsillos de funcionarios y empresarios deshonestos. En fin, la lista es interminable y recordar las oportunidades perdidas durante los últimos 18 años enoja a cualquiera.
Lo anterior no significa que el país no avanzara durante los últimos 18 años. Claro que avanzó. Los números lo demuestran. Pese a ello, los problemas más urgentes no fueron resueltos, se permitió que siguieran agravándose hasta alcanzar los niveles críticos que López Obrador paciente e inteligentemente supo aprovechar en esta, su tercera campaña presidencial.
La mayoría de los mexicanos, por lo menos 53 por ciento que votó por él, simplemente dejó de creer en los políticos del PRI, PAN, PRD y sus socios y decidió darle la oportunidad que Fox, Calderón y Peña desperdiciaron.
La elección presidencial de ayer me produce sentimientos encontrados.
No me duele que hayan perdido José Antonio Meade y Ricardo Anaya, porque ambos representaban más de lo mismo que hemos vivido desde el 2000, pero tampoco me alegra que haya ganado AMLO, porque creo que él tampoco podrá trasformar para bien al país en sólo seis años como lo ha prometido. Ojalá me equivoque y el tiempo se encargue de probar que mi desconfianza fue infundada. Por el bien de todos, ojalá que resulte ser el mejor presidente de nuestra historia, como aspira ser.
El 1 de diciembre reconoceré y aceptaré a López Obrador como mi presidente. Apoyaré y defenderé lo que a mi juicio sean sus aciertos y criticaré y me opondré a los que crea son sus equívocos.
Le deseo lo mejor al próximo presidente de México. Por el bien de todos, espero que las cosas le salgan bien y no nos falle.