Por: Miguel Nava Alvaradao
El espectáculo sexenal de los tres candidatos presidenciales es cada vez menos atractivo para la población y, salvo sus familias y amigos muy cercanos e integrantes de sus equipos de campaña, están motivados y esperanzados en que su pariente, compadre o jefe, ascienda a la cúpula del poder para obtener los beneficios laborales, económicos y negocios que son consecuencia del “Dios mexicano” que asume la Presidencia de la República cada seis años.
Empezaron muy mal y con deshonestidad sus aspiraciones, ya que se supone que en términos de la Ley Electoral se encuentran en precampaña compitiendo con otros “invisibles” precandidatos al interior de sus partidos políticos para convencer a sus militancias y simpatizantes de quién es la mejor opción, pero la ciudadanía y la complicidad del Instituto Nacional Electoral saben que es una farsa una contienda sin contendientes.
Alguno de los tres candidatos será el triunfador de una elección que, como todas las anteriores, estará plagada de irregularidades, de gastos multimillonarios, incluyendo el de los perdedores que, en seis meses, invierten más recursos económicos en campañas de lo que en el próximo sexenio no se destinará a la educación de calidad, salud, alimentación y vivienda para la niñez que sobrevive miserablemente en situación de calle.
Los tres candidatos han tenido puestos públicos de relevancia y hoy, sin excepción, hablan de honestidad, combate a la corrupción e impunidad; pero durante el tiempo en que fueron funcionarios, no actuaron en relación a sus discursos y promesas de campaña, o que tuvieran sustento en hechos concretos con los que demostraran que denunciaron y no descansaron hasta asegurarse de que sus colegas en funciones enfrentaron a la justicia y están purgando sus sanciones.
Ninguno se compromete a que, de llegar a la Presidencia, presentará a quienes integren el Congreso de la Unión una iniciativa de Reforma Constitucional para que se quite de sus facultades, la intervención en el nombramiento y remoción del Fiscal General de la República para que, en caso de ser acusado por notorios señalamientos de corrupción, como los del actual titular del Ejecutivo Federal, su familia y él sean investigados y procesados.
Para convencer hay que hacer y predicar con el ejemplo, porque la retórica, los compromisos sin sustento, las promesas de lo imposible son herramientas muy desgastadas de los políticos mexicanos, los cuales saben que para ganar una elección, más que hablar, se debe “tranzar”, negociar y traicionar, lo cual sucederá hasta que el pueblo despierte, reaccione, se informe y participe.