WWW.CAPITALQUERETARO.COM.MX
No sólo por su voz, que virtuosamente se movía entre el gospel, soul, pop, blues, r&b, jazz e incluso la ópera, sino también por su impacto social, que encarnó la cultura negra de Estados Unidos, la cantante Aretha Franklin, quien falleció de cáncer ayer en su casa de Detroit, fue una de las figuras culturales trascendentes del siglo XX.
La muerte de la Reina del Soul, a los 76 años de edad, deja una influencia que es amplia e indeleble y que, obviamente, se percibe en voces que le siguieron, desde Mary J. Blige y Whitney Houston, hasta la misma Adele, e incluso cantantes hombres como George Benson y Luther Vandross.
Aretha Franklin, quien fue la primera mujer en ingresar al Salón de la Fama del Rock&Roll, revolucionó la música negra y la forma en que era absorbida y percibida por la sociedad, ayudando a crear un mundo en el que hoy damos por sentado que una cantante como Beyonce es capaz de reinar sobre la música en la cultura popular.
Pero quienes la conocieron aseguran que era emocionalmente compleja, una mujer que disfrutaba de su estado de diva, pero cuyas vulnerabilidades e inseguridades siempre parecían acecharla. Su éxito enmascaró una vida privada de turbulencias y pérdidas, lo que le convirtió en un personaje intrigante, impulsado por fuerzas en conflicto.
“Era descarada, pero tímida; urbana, pero hogareña; segura, pero imprudente, y esa humanidad profunda y complicada impregnó su música de autenticidad”, aseguró el columnista Brian McCollum del Detroit Free Press.
“Fue un ícono de la música popular que expresó el sentimiento colectivo de la cultura afroamericana. Hay un antes y un después de Aretha: con su prodigiosa voz canalizó el poder y la pasión del gospel”, publicó en su edición el línea la revista Rolling Stone.
La voz de Franklin fue una fuerza singular, que la lanzó a nivel mundial y le valió una multitud de laureles a lo largo de las décadas, incluidos 18 premios Grammy, la Medalla Presidencial de la Libertad y doctorados honorarios de un conjunto de instituciones.
La Reina del Soul le cantó a presidentes y a la realeza, y se hizo amiga de líderes afroamericanos como los reverendos Martin Luther King Jr. y Jesse Jackson. Pero fueron su sencillez y calidad humana las que le hicieron ganar más. En una oportunidad Franklin sustituyó a un enfermo Luciano Pavarotti durante la entrega de los Grammy de 1998, y sólo tuvo 20 minutos para prepararse. En una impresionante demostración, le dio a la ópera todo el impacto emocional de su música popular sin dejar de ser fiel a su música clásica.
En medio del brillo global y la aclamación, permaneció fiel a su hogar adoptivo en Detroit durante décadas, incluida la casa de Bloomfield Hills, donde se mudó en los 80.
“Mis raíces están ahí. La iglesia está allí. Mi familia está allí. Me gusta la camaradería de Detroit”, le dijo Franklin al New York Times en 2011.